Tres casos de nictomorfología del horror literario

Publicado originalmente en Máquina Combinatoria


Introducción 

Muchos símbolos, pesadillas, ideas y pensamientos nutren los horrores que impregnan la cultura moderna, pero ningún otro miedo ha acompañado y dado forma a la misma humanidad como el miedo a la noche, cuando la oscuridad se alza y da paso a sentimientos amorosos, nostálgicos o incluso apeirofóbicos.

La noche refugia a los amantes, oculta a la maldad, altera a las criaturas, despierta los misterios, inspira a los curiosos y es portal de abominaciones. Ciclo indispensable para la vida en el planeta; tanto ha impactado su presencia que la humanidad, en su temor por no poder evadirla, contaminó la misma la noche con su polución lumínica, llevando a la ironía moderna de querer resguardar la noche misma por un bienestar ecológico.

Pero en el universo de la pluma y la tinta puede ser necesariamente inevitable. Algunos escritores, en su planeación artificial, han rebuscado la noche como insumo para sus propuestas. Otros se dejaron llevar por la perturbadora naturaleza de este fenómeno desasosegante, sea utilizada o evocada. La noche ha dado luz a las imaginaciones macabras, misteriosas y lúgubres que las letras han tratado de consignar.

Mucho se ha elogiado a la noche, el poeta, el narrador y el dramaturgo le han dedicado incuantificables valoraciones a este evento astronómico, pero cuando se hace retorcida y extraña la visión de la noche, los resultados han inquietado al lector y alterado la historia de la literatura misma.

Dado que son muchas las ramas por las cuales evadirse y muchas las obras que se bifurcan en cada rama, cuando se habla de la oscuridad que a todos nos arrulla (sino es que engulle), es mejor escoger tres casos dignos de mención para ver cómo el horror, en forma de la ausencia del astro mayor, cuando ya no hay luz que aguarde esperanza, permite crear universos de pesadilla.

Tres ejemplos 

Night de John Wood Campbell, Jr.

Esta noveleta de la tradición pulp, que se cultivó en la revista Astounding, escrita por uno de los pilares de la edad de oro de la ciencia ficción, J.W. Campbell, Jr. (lastimosamente sin conmemoración ni crédito merecido por el lector hispano, ni siquiera por crear a “La cosa” que John Carpenter haría mediática), nos lleva a un experimento cuya falla desplaza a su víctima a un futuro en donde un universo en declive hace que el sol rojizo sea incapaz de vencer la fría oscuridad celestial, mientras la frialdad perpetua posthumana de las máquinas revictimiza, aún más, al aventurero en su viaje, con retorno, pero inolvidable. Vale la pena valorar esta obra de Campbell, Jr., recalcando que, para el curador de lo lovecraftiano S.T. Joshi, esta narración mereció ser tenida en cuenta como parte de sus iconos de horror cósmico futurístico.

The Night Land de William Hope Hodgson

Es un mamotreto odiado y amado a la vez por H.P. Lovecraft, elogiado por el poeta Clark Ashton Smith y considerado por Francisco Torres Olivares como pre-lovecraftiano; además, según Kelly Hurley, es un singular caso de anglomodernismo gótico (que para este caso no puede ser redundancia). Esta extensa narración tiene que ver con un caballero isabelino que, abrumado por una pérdida sueña (?), entra en un ciclo en el que su conciencia es transportada a través del tiempo y el espacio a un futuro donde la noche es la única reinante y el humano perece escondido de otros horrores que imperan con la oscuridad. Es una travesía que lleva al viajero a la introspección, mientras se introduce en la oscuridad solamente guiado por los sonidos de la noche y el amor más puro.

Nightfall de Isaac Asimov

Es una noveleta que aparece por arrepentimiento y que luego se convirtió en novela, con ayuda de Robert Silverberg. Plantea un mundo antropomórfico de extraña cotidianidad en el que un sistema estelar sextagesimal ilumina el hogar de una sociedad avanzada. Esta se inquieta ante la rareza del antónimo de la luz cuando estudia los efectos de su ausencia, dejando entrever lo desasosegante que puede ser la oscuridad si se apoderara de su mundo. Lo que fue un estudiar curioso en un ambiente controlado sobre la oscuridad pronto se convirtió en pesadilla cuando un evento astronómico inesperado hace que el sexteto astral, que trae la luz a los cuerdos habitantes, se pierda en la bóveda celeste. La eternidad cósmica se manifieste de manera ascendente, mientras las víctimas enloquecen, hasta que el vacío astral, en su estampa, termina por destruir la razón del mismo narrador.

Una imagen final de la noche 

Estas y muchas otras obras magnifican la noche como estética, ambiente o agente macabro que puede ensombrecer la existencia misma de los personajes. La magia ingenua se convierte en embrujo despiadado. Los afables sentimientos se envenenan y las pasiones aventureras se convierten en escapes de pesadillas, como su guardiana luminosa.

La noche misma tiene su lado oscuro y desconocido. La noche es, por lo tanto, no solo un recurso literario, sino el todo. Parte de la propuesta, universo o realidad, que tiene a su merced a sus víctimas y al lector. Rompe la cotidianidad y transgrede lo sociocultural para imponerse, inevitable, como horror material, real y posible, cual horror cósmico.

Finalmente, no se entienda como un sesgo anglófilo, ni lingüístico ni sociocultural, la cita de obras de esta lengua. Excuse esta elección considerando la idea del maestro Lovecraft de que los hombres del norte y sus herederos angloparlantes son, en contraste, más irracionales que las culturas que bebieron del Lacio. Pueda ser que todavía esto se proyecte en los fervientes horrores que se cultivaron de manera primigenia desde los corazones industrializados septentrionales continentales e insulares de raíces germánicas.

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