La opinión en The Guardian de Jonathan Jones sobre la sobrevaloración de Terry Pratchett, y los crecientes elogios debido a su muerte en marzo de este año, puede parecer realista y reflexiva sobre la exageración, gracias a la internet, de las emociones por la muerte de un autor como Pratchett, que según este señor no merece ser leído en comparación con Bukowski, Austen, Grass y Gabriel García Márquez.
Pero bajo las mismas condiciones del autor, como no haber leído nada de Pratchett, no es dificultoso ver que su posición realista es ingenua a todas luces, y aquí el problema no es el escritor británico, el problema es el elogiado, erróneamente como titan de la novela, Gabriel García Márquez. Al parecer Jones, en su intento de crítica realista, no se informó que tal y como sucedió con el escritor británico, algo muy similar fue el caso del escritor colombiano.
Y es que con la muerte de Gabo el año pasado por las redes sociales corrieron lágrimas y elogios de connotaciones chovinistas de lectores, algunos ni lectores debido a su pereza mental, generando ese efecto de exageración que permiten las redes sociales y otros medios, por lo que cuando murió este titan saturaron todos los medios existentes más allá del límite de lo soportable.
Por otro lado denominar titan de la novela al señor García Márquez es gratuito, valiéndose de su Nobel o la moda, tras su muerte, de leerlo de manera efímera. Si bien todos aprecian su novela más famosa, verdaderos novelistas existieron mucho antes que este participante del Boom latinoamericano se le ocurriese escribir, entre ellos Juan Rulfo (inspiración misma de Gabo, y que muchos consideran copió para crear su novela) o Vargas Llosa -otros exponente del boom- en las letras hispánicas, Virginia Woolf, William Faulkner o James Joyce, en el mundo angloparlante, y muchos otros que además de ser novelistas, repensaron, transformaron y experimentaron con la novela, y las muertes de ellos no tuvieron los alcances en la opinión general, como las de Pratchett o Gabo, pero su importancia cultural está más allá del insulso nacionalismo de los nostálgicos apasionados.
Siendo realistas, aunque no realistas mágicos, en una estantería se pueden tener mejores libros que los de Gabriel García Márquez, no son pocas las opciones, y aplicando el rasero de Jonathan Jones a este escritor colombiano, la existencia es efímera para dejar que la pereza mental se enfrasque en cien años de lecturas que no lo valen.
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