Un horror más allá de Arkham

“The process of delving into the black abyss is to me the keenest form of fascination...”

En una epístola a Frank B. Long, febrero 27 de 1931.
Algunos autores como Borges fueron acusados de universalismo eurocéntrico quer era el admirable poder de la imaginación que le permitía a todo escritor sobrevolar más allá de sus tierras para explorar y crear mundos, reinos o universos de infinitas posibilidades, algo contrario al nostálgico nacionalismo que muchas obras resaltan y venden por dichosa motivación, absurda en todo sentido, como es el amor por una nación. No sería raro que al escritor argentino se le adjudicara el adjetivo eurocéntrico porque parte de su vida transcurrió en parajes europeos, hasta el punto de dedicar un prólogo a la neutral Ginebra, en Los conjurados, donde a su pedido fueron depositados sus restos mortales, como comenta el crítico José Miguel Oviedo en Historia de la literatura hispanoamericana 4. De Borges al presente. Otro caso es el de caso de Vargas Llosa que para la edición conmemorativa de su novela más reconocida, La ciudad y los perros, muchos destacan su tendencia hacia este universalismo. Igualmente Juan Rulfo, según nos introduce Beatriz Gonzales en Estructura y significación de Pedro Páramo, con sus obras Pedro Páramo y El llano en llamas, equilibraba el exceso de criollismo regionalista con elementos cosmopólitas y universalistas.

El nacionalismo literario y el universalismo literario siempre han sido motivo de polémicas, Borges, por su parte fue una excepción pues parecía enlazar ambos extremos, creando universos metafóricos sin abandonar su parte porteña. Vargas Llosa no olvidó nunca los elementos natales, pero evadiendo todo nacionalismo literario que caracterizaba las novelas clásicas del tercer mundo y Juan Rulfo permitió que la tendencia literatura universal le apoyara en sus obras.

Pero tanto el porteño cosmopólita, recordado aquí brevemente, junto al peruano también ciudadano del mundo y el mexicano debatido entre las corrientes del ostracismo y la internacionalización, no eran los únicos que desbordaban los límites geográficos con sus universos literarios, Lovecraft expresaba su identidad yanqui (como se denominaba a los de la Nueva Inglaterra) mediante las ciudades que había imaginado como Innsmouth, Dunwich, Kingsport, además de la capital Arkham junto a su prestigiosa Universidad de Miskatonic, todas influenciadas por la ambientación de Nueva Inglaterra, otras veces se quedó con Salem, Vermont, Boston y llevó el horror a la misma Providence, visible en El caso de Charles Dexter Ward, en la real Nueva Inglaterra, sin embargo, a pesar de su anglofilia, racismo y xenofobia, no se trataba de otro caso de chovinismo literario, su imaginación, materializada en el terror cósmico que creó, divagó más allá de las intrascendentes tierras humanas, los eones y la muerte misma, para encontrarse con horrores cósmicos tan antiguos e incognoscibles que solo la locura quedaba a quienes los descubriera.
Debido a esto es posible viajar, entre su bibliografía, a reinos oníricos (en su denominado ciclo onírico) igual que a Egipto (Encerrado con los faraones), Australia (La sombra fuera del tiempo), Ponapé (La llamada de CthulhuLa reliquia de un mundo olvidado), México (El verdugo eléctrico) y la Antártica (En las montañas de la locura). Más allá del tiempo, como al pasado (Historia del Necronomicón) o al futuro (Hasta en los mares). También a otros planetas como Yuggoth (El que susurra en la oscuridad) o Venus (Los muros de Eryx), entre otras ubicaciones. 

Desde zonas rurales oscuras y supersticiosas, pasando por ciudadelas extraterrestres, de melancólica inhumanidad, abandonadas en otros planetas, hasta el centro entrópico del insondable abismo, este autor elevó su imaginación a sitios increíbles en sus textos, y aunque lo más probable es que fuese un localista en cierto grado, por algo lo apreciarán en su tierra natal, un impulso involuntario o su interés -horror tal vez- por lo desconocido privilegió su mente permitiéndole atravesar el cosmos en busca de horrores impensables para la minúscula humanidad.

En definitiva Lovecraft era paradójicamente un anglófilo xenofóbico, cuyo legado -y busto- es condenado y desconocido todavía por gran parte del lectorado internacional, con una mente universalista errabunda en el infinito, acechando, siempre dispuesta a aterrorizar hasta la pérdida de la cordura.

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