(...) Sábese, pues, que aquella alma potente y extraña estaba encerrada en un hermoso vaso. Parece que la distinción y dotes físicas deberían ser nativas en todos los portadores de la lira. (...) Era un sublime apasionado, un nervioso, uno de esos divinos semilocos necesarios para el progreso humano, lamentables cristos del arte, que por amor al eterno ideal su calle de la amargura, sus espinas y su cruz.Si bien la admiración que sentía por el autor la plasmó increíblemente con tan bellas palabras, es lamentable que Darío saturara innecesariamente este escrito dedicado a Poe con críticas al pensamiento de este último, el cual era de escasa cercanía con lo sobrenatural, religioso y supersticioso, además de desgastar los elogios tratando de reivindicar que, a pesar de lo anterior, el escritor estadounidense era creyente en el dios cristiano, algo que para el autor modernista parecía necesario.
A pesar de esto, la admiración artística por Poe y las producciones literarias de terror de Rubén Darío son interesantes y merecen un espacio en la opacada, despreciada y subestimada literatura de terror hispanoamericana, pues enaltecen la existencia de esta literatura contra todo menosprecio literario y cultural. Un execrable caso que denuncia Lenina M. Méndez en su artículo anteriormente citado.
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